Debéis ver la tercera temporada de Twin Peaks. Si llegáis hasta el episodio 8 es muy probable que aguantéis hasta el final. Voy a intentar convenceros de por qué hay que ver Twin Peaks 2017. Sin spoilers
Una vez más, David Lynch vuelve a revolucionar la televisión. Ha puesto patas arriba todas y cada una de las leyes del medio televisivo, tan dominadas por la publicidad y las audiencias.

Fotograma de la tercera temporada de Twin Peaks
Para empezar se ha permitido el lujo de contar con actores como Naomi Watts, genial en Mullholand Drive, James Belushi, Jennifer Jason Leight, Tim Roth, Richard Chamberlain, Laura Dern, Ashley Judd o Mónica Bellucci.
El experimento comenzó a principios de los noventa con aquella icónica imagen del cadáver de Laura Palmer contrastando con los bucólicas imágenes de bosques y cascadas. En aquella ocasión, un Lynch más comedido y consciente del medio en el que se encontraba, se movía entre el thriller, el drama, el misterio, el terror psicológico, lo sobrenatural, el humor y lo envolvía todo de un glamour y una estética que hacía brillar a sus inolvidables personajes.
No le faltaba, ni mucho menos, las rarezas que caracterizan sus trabajos más personales. En aquel momento no nos importó qué narices estaba pasando en los extraños sueños del agente Cooper en los que aparecían enanos bailarines, gigantes y cortinas rojas, o que Bob apareciera hasta de debajo de una mesa, de repente, saliendo de la nada, sólo para matarnos de un infarto. Nadie entendía realmente lo que pasaba en Twin Peaks, pero estábamos tan cegados por el brillo que desprendían esos personajes, el carisma de sus actores, los maravillosos escenarios (el aserradero, el dinner, el hotel completamente forrado de madera), y la incertidumbre de no saber quién mató a Laura Palmer, que nos dejamos llevar sin preguntar demasiado.

Naomi Watts y Kyle MacLachlan en un fotograma de la tercera temporada de Twin Peaks
Después de una errática y forzada segunda temporada y una oscura y aún más extraña película que aclaraba algunas cosas y complicaba otras, llegamos a la tercera temporada. Y David Lynch la lía a base de bien.
Antes mencioné las cosas que hicieron extremadamente popular a la serie. Bueno, pues de eso no queda nada en la tercera parte. Sí, es cierto que se vuelven a ver a personajes como Laura Palmer (la muerta, si), a Bobby, … La mujer del leño. Pero nada es como fue. Reconozco que al principio me sentí algo decepcionado, me imagino que no fui el único, porque a parte del efecto lógico del paso del tiempo, todo, es decir, personajes (no sólo los mayores, también los jóvenes que aparecen por primera vez), escenarios, iluminación, todo, se vuelve gris y apagado ahora.
Hay motivos para sentirse decepcionado cuando en tu mente perviven las sugerentes imágenes o la misteriosa banda sonora del Twin Peaks de los noventa.
En mi opinión ese es el motivo por el que no han coincidido crítica y audiencia. Mientras que las críticas le han puesto por las nubes, el público empezó a abandonar la serie a partir del tercer o cuarto episodio.
Ya solo por lo que hace con el agente Cooper (no haré spoilers) sería suficiente para perder gran parte de los seguidores de la serie, pero qué me dices sobre cómo avanza la trama, con personajes y subtramas que van complicando a cada capítulo la serie en vez de resolver dudas, con un ritmo lento, con capítulos enteros que transcurren al otro lado de las cortinas rojas donde la gente habla y camina del revés, hay personajes tan extraños como un árbol seco cuya cabeza parlante es una especie de chicle de fresa masticado, y hay planos de quince minutos en los que la cámara fija graba a un señor barriendo el suelo de un bar después de un concierto.

Fotograma de la última temporada de Twin Peaks
Entiendo el mosqueo de mucha gente. Pero ¿por qué entonces fascina tanto a otra enorme cantidad de personas? Simplemente por el mismo motivo por el que fascina una obra de Magritte, de Edward Hopper, de Giorgio de Chirico o de Francis Bacon, los cuales han influido enormemente en su obra. No siempre es fácil descifrar su mensaje. Existe una atracción, una empatía, una fascinación, que va más allá de la lógica. Supone tanto un reto al intelecto el descubrir los enigmas que te plantea como sentirlo desde un punto de vista más visceral y experiencial. Juega con los mecanismos de la psique, con el lenguaje del subconsciente, para contarte lo que te quiere contar y eso le da libertad para hacerlo a su manera, sin tener que dar explicaciones.
Pero ¿por qué entonces fascina tanto a otra enorme cantidad de personas? Simplemente por el mismo motivo por el que fascina una obra de Magritte, de Edward Hopper, de Giorgio de Chirico o de Francis Bacon
No se puede hacer una crítica a Lynch utilizando los mismos términos que se utilizaría para hacerla de Juego de Tronos, y conste que me la trago como casi todo el mundo. Simplemente son cosas diferentes. Lynch va un paso por delante de todos consiguiendo lo que muchos artistas de diferentes medios llevan persiguiendo toda la vida, que es llegar a la mayor cantidad posible de audiencia haciendo lo que el cuerpo le pide. Por eso ha apostado tan fuerte, con una temporada de 18 capítulos, cuatro años de trabajo. Utilizando un medio tan inaccesible para un artista de talento como es la televisión. Él se lo puede permitir.
Lynch hace lo mismo que Bill Viola sólo que en la televisión, para millones de personas. El sueño de cualquier artista.
Lo que hay que entender es que Lynch no hace televisión, él trabaja siempre en su obra. Cuando pinta, cuando hace cine y cuando hace televisión. Si en la segunda temporada de Twin Peaks se notaba demasiado la mano de la producción porque había que sacar rendimiento económico al filón Laura Palmer, actualmente ya no lo necesita. No muchos artistas se lo pueden permitir, pero es que él es un genio sin discusión.
Lynch hace lo mismo que Bill Viola sólo que en la televisión, para millones de personas. El sueño de cualquier artista.
Lynch nos regala 18 partes de una obra imprescindible, de una maravillosa experiencia que hay que disfrutar sin complejos y sin prejuicios, dejándote llevar por su ritmo lento, sin obsesionarte por el significado de cada cosa, eso en un segundo visionado. Sintiendo su atmósfera, sus sonidos, su fotografía, su música.
Ojalá haya servido para que otros artistas de talento se les de la oportunidad de mostrar su trabajo más personal, libre de ataduras, porque se puede hacer otra televisión, más allá incluso de Metrópolis y Órbita Laika. Los de mi generación aún recordamos programas como El Planeta Imaginario o La Bola de Cristal, estamos hambrientos de programas así, aunque intenten saciarnos con productos vacuos.